A los mosquitos no les gusta el Jazz



Habían transcurrido un par de días desde mi llegada cuando la estupidez y el azar hicieron una parada en mi estadía guineana.

Buscando el recuerdo de aquel pescado a la brasa de hacía un año nos embarcamos en el mismo lugar, casi a la misma hora, y con el mismo menú. Pero a pesar de que todo parecía normal, comenzamos a notar un aliciente mortal: el picante.

Cuatro y media de la mañana. El sonar de los tambores del estomago presagian el contenido dudoso de aquel sabor. Doce y cuarto del mediodía. Golpeo la puerta de mi compañero de aventuras para conocer su estado de salud y de paso dictarle el mío. Su cara lo dice todo, el veredicto es claro así que solo resta una cosa por hacer: realizar una excursión al médico tropical.

Mi experiencia en situaciones similares me habían obligado a escribir un lista de consejos a utilizar que añadiré a continuación:

"Cómo explicarle a un doctor los síntomas en un idioma que no domina"
por Gabriel Amdur

1. Gesticule mucho, si se le dan bien los dotes actorales, anímese.
2. Pasado y presente son claramente importantes a la hora de explicar la enfermedad. ¡Sea claro!
3. Confíe en el extraño. Por más extraño que sea no se deje influenciar por su mente desconfiada, a menos claro esta, que realmente haya un motivo contundente para tales efectos.
4. Sonría y agradezca siempre. La salud lo es todo cuando se esta lejos de todo (se lo digo por experiencia).
5. Por último, antes de comenzar la consulta, cerciórese que el medico de turno no hable una lengua de su conocimiento y verifique en la sala de espera la probable presencia de un traductor.

Continuemos...

Cuatro y un minuto de la tarde. El doctor nos esta esperando. Llegamos bajo la persistente lluvia y sacando el barro de nuestros zapatos ingresamos a la sala de espera. Las miradas se colapsaron ante la debilidad del hombre blanco mientras la secretaria de mirada fría y voz serena nos invitaba a pasar a su despacho. Allí fuimos introducidos en el funcionamiento del lugar e invitados a pagar una suma que se asemejaba al coste de cualquier visita médica de alto nivel. Es verdad que en esos momentos uno no piensa en el dinero pero pasada la urgencia los cálculos no mienten y el nivel sanitario del país comienza ser un termómetro de su verdadera situación.

El Dr. Pipa* nos atendió gentilmente y anotó en un cuaderno mi reciente historia clínica. El cuaderno también había que pagarlo y cada uno de los pacientes se paseaban por la sala de espera con sus respectivos cuadernos cubiertos por fotografías de estrellas del fútbol. En mi caso era Zlatan Ibrahimovic el encargado de jugar con mi salud mientras a mi lado, Robinho, Zidane y compañía jugaban el rol de ángeles de la guarda de otros pacientes. Se descarto de inmediato la malaria por la inmediatez de la indisponibilidad aunque mi amigo congolés me daría la receta perfecta para evitar la picadura de la señora Anopheles: escuchar Jazz a un volumen considerable. No especificó artista alguno, aunque debo imaginar que de gustos también no hay nada escrito para los mosquitos.

Cuatro y veinte de la tarde. Estrechamos la mano del doctor y nos dirigimos bajo la lluvia a la farmacia “Los Angeles” para adquirir aquel preciado medicamento que calmase el picante estomacal. Los precios seguían estando a la altura de un sueldo medio europeo y las personas del lugar esperaban con la mirada perdida la llegada de su turno.

Presente con vergüenza a Zlatan Ibraimovic junto a la receta del doctor y me aleje llevando conmigo una tormenta de pensamientos respecto a la nueva Dubai llamada Guinea Ecuatorial y al estado de su política de sanidad pública.





* Fueron exactamente tres días los que tarde en darme cuenta que en realidad el Dr. Pipa poseía su nombre gracias a la costumbre de fumar pipa al atender a sus pacientes. Su sello todavía hoy dice claramente: Dr. Pipa.





Farmacia







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