Yamoussoukro

Hacía una mañana estupenda cuando el señor Félix Houphouët-Boigny abrió los ojos y esbozo una sonrisa cómplice producto de aquella brillante idea que lo acababa de despertar. Salto de la cama en busca de papel y lápiz y con gran entusiasmo comenzó a dibujar la imagen del sueño: una reproducción perfeccionada de la Basílica de San Pedro en su ciudad natal, Yamoussoukro.

En su honor se invirtieron tres largos años construyendo el templo más grande del mundo. Los trabajos se desarrollaron sobre una superficie de 30 mil metros cuadrados alcanzando la módica suma de 300 millones de dólares. Las malas lenguas dicen que ese dinero provenía del fondo nacional del estado pero Félix argumentó hasta su muerte que cada centavo provenía de su propia fortuna.

Lo cierto es que esas banalidades no entorpecieron la visión del llamado “Padre de la Nación” y si hoy en día transitan por la apacible avenida principal de Yamoussoukro podrán ver a lo lejos, allá donde se esconde el sol, una cúpula de dimensiones épicas emergiendo del fondo de la tierra.

En Abidjan se respira un pasado glorioso que se mezcla con el sabor amargo de una guerra reciente . El colonialismo francés nunca se fue y lo que es peor, ha generado una dependencia no solo a nivel económico sino también a nivel social.





Bouake es un sitio extraño. Una ciudad fantasma de avenidas anchas y edificios abandonados. El paisaje bélico esta de moda en esta parte del planeta y la avenida principal se transforma en la pasarela perfecta para el paso de la colección “Conflicto Africano Invierno 2007”. Vuelven a imponerse los edificios bombardeados, el tradicional alambre de púas y los elegantes checkpoints.

Las fuerzas rebeldes patrullan la ciudad bajo el implacable sol del mediodía. Su transporte preferido es la moto y su mejor amigo una Kalashnikov. Juntos transitan valerosos las terrosas calles de Bouaké bajo seudónimos que alimentan su propio mito. Delta Anaconda, Clinton, Sherif Conan...

Veo una persona patinar en solitario en medio de la gran avenida. Viste rodilleras, coderas y hasta un distinguido casco que hace juego con sus Roller Blades. Como si se tratase de una postal de Beverly Hills se pasea con sus gafas oscuras dirigiéndose quien sabe donde.

Separo por un instante la vista de la ventanilla de nuestro transporte y me digo a mí mismo: “bienvenido a Bouaké”.





Salon de Coiffure







Estadio Bouake

Los estadios siempre cobran un macabro protagonismo en la guerras y Bouaké no fue la excepción...







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