Temporada de lluvias



Eran las diez de la mañana cuando me acerque a la barra pidiendo un café con leche y un crossaint. Me acomode en la terraza de cara al mercado de Sant Antoni aguardando la tan ansiada llamada. Hacía un mes y medio que nuestros pasaportes esperaban ansiosos en Madrid el visado para partir nuevamente hacia Guinea Ecuatorial. Las relaciones entre el antiguo colonizador y el tercer exportador de petróleo del continente africano no eran las mejores y nuestras pocas influencias se mostraban impotentes mientras nuestro viaje se posponía día tras día.

Con el café con leche a medio terminar sonó el teléfono y una voz conocida me informaba desde el consulado Ecuatoguineano de la proximidad de la firma de los tan ansiados visados.

_ Ten todo preparado, es probable que marchen hoy por la noche.

La primera imagen que me vino a la cabeza enseñaba la maleta preparada desde hacía más de 20 días. Solitaria, yacía en un rincón de la habitación aguardando su hora.

El teléfono sonó una y otra vez durante todo el día. El tiempo se fundió de manera inesperada y desperté con la voz de una azafata que me pedía enderezar el asiento para el inmediato aterrizaje en tierras africanas. Observe a mi derecha y las primeras imágenes de la mañana enseñaban un mar plateado y las luces de una ciudad aún dormida. Las alas del avión hicieron un último esfuerzo y enderezaron el rumbo hacia el aeropuerto internacional de Malabo. El fuego eterno de las bases petrolíferas fueron las primeras en darnos la bienvenida. El dinero negro seguía en el mismo lugar. Con más fuerzas que nunca volvía a recibirnos intentando convencernos de su benévola función en la construcción de un nuevo país.

Los aeropuertos son una fiel imagen del país al que uno arriba. Nuestro avión atravesaba el calor del asfalto rodeado de una selva tupida que pelea por su permanencia. Mis ojos, mientras tanto, observaban el paisaje metálico de varias aeronaves en busca de la eutanasia entre las que se encontraba mi futuro avión a la ciudad de Bata.

La primera imagen que encontramos al salir del aeropuerto fue la de un cartel que anunciaba anacrónicamente la felicitación al señor Obiang por su cumpleaños celebrado el 5 de junio. Era solo el comienzo de un desfile de carteles que adornaban la autopista del aeropuerto con imágenes del señor presidente y sus planes para el pueblo Ecuatoguineano.

El taxista se detuvo en el primer y único peaje de toda la isla. En tan solo 12 kilómetros de recorrido, había que pagar peaje. Un record que espera ser batido en los próximos meses con más carreteras a lo largo y a lo ancho del país.

Recorrí la ciudad en búsqueda de alojamiento. Un par de intentos fallidos me hicieron volver a mi primer gran amor: El Hotel Yoli y Hermanos. Lejos de poseer algún estatus en forma de estrellas, el alojamiento ofrece a cambio el sentimiento de estar en casa. La hospitalidad de su gente, su proximidad al centro de la ciudad y sus balcones con vista a la piscina convertida en basural hacen de nuestro Yoli, las delicias de sus visitantes.

Deje mi equipaje y comencé a recorrer las calles de una nublada Malabo con la excusa de comprar agua y ciertos víveres aprovechando la disponibilidad de una nevera en la habitación. Volvía a ver la ciudad luego de un año y los cambios de los cuales todo el mundo hablaba no eran más que una ilusión que reflejaban la realidad. Malabo seguía siendo la misma y su nueva vestimenta de edificios nuevos y calles pavimentadas eran, al fin y al cabo, una hermosa máscara de su sueño tropical.




Feliz Cumpleaños



Cooperación



El coche rojo



Mano de obra



Broma universal



Feliz Cumpleaños versión brasil



Temporada de lluvias



Temporada de lluvias II



P.D.G.E (omnipresente)



La espera



Bus



Horario de descarga



Semáforo en rojo



Cotidiano



Un elefante



Hotel Yoli & Hermanos






A los mosquitos no les gusta el Jazz



Habían transcurrido un par de días desde mi llegada cuando la estupidez y el azar hicieron una parada en mi estadía guineana.

Buscando el recuerdo de aquel pescado a la brasa de hacía un año nos embarcamos en el mismo lugar, casi a la misma hora, y con el mismo menú. Pero a pesar de que todo parecía normal, comenzamos a notar un aliciente mortal: el picante.

Cuatro y media de la mañana. El sonar de los tambores del estomago presagian el contenido dudoso de aquel sabor. Doce y cuarto del mediodía. Golpeo la puerta de mi compañero de aventuras para conocer su estado de salud y de paso dictarle el mío. Su cara lo dice todo, el veredicto es claro así que solo resta una cosa por hacer: realizar una excursión al médico tropical.

Mi experiencia en situaciones similares me habían obligado a escribir un lista de consejos a utilizar que añadiré a continuación:

"Cómo explicarle a un doctor los síntomas en un idioma que no domina"
por Gabriel Amdur

1. Gesticule mucho, si se le dan bien los dotes actorales, anímese.
2. Pasado y presente son claramente importantes a la hora de explicar la enfermedad. ¡Sea claro!
3. Confíe en el extraño. Por más extraño que sea no se deje influenciar por su mente desconfiada, a menos claro esta, que realmente haya un motivo contundente para tales efectos.
4. Sonría y agradezca siempre. La salud lo es todo cuando se esta lejos de todo (se lo digo por experiencia).
5. Por último, antes de comenzar la consulta, cerciórese que el medico de turno no hable una lengua de su conocimiento y verifique en la sala de espera la probable presencia de un traductor.

Continuemos...

Cuatro y un minuto de la tarde. El doctor nos esta esperando. Llegamos bajo la persistente lluvia y sacando el barro de nuestros zapatos ingresamos a la sala de espera. Las miradas se colapsaron ante la debilidad del hombre blanco mientras la secretaria de mirada fría y voz serena nos invitaba a pasar a su despacho. Allí fuimos introducidos en el funcionamiento del lugar e invitados a pagar una suma que se asemejaba al coste de cualquier visita médica de alto nivel. Es verdad que en esos momentos uno no piensa en el dinero pero pasada la urgencia los cálculos no mienten y el nivel sanitario del país comienza ser un termómetro de su verdadera situación.

El Dr. Pipa* nos atendió gentilmente y anotó en un cuaderno mi reciente historia clínica. El cuaderno también había que pagarlo y cada uno de los pacientes se paseaban por la sala de espera con sus respectivos cuadernos cubiertos por fotografías de estrellas del fútbol. En mi caso era Zlatan Ibrahimovic el encargado de jugar con mi salud mientras a mi lado, Robinho, Zidane y compañía jugaban el rol de ángeles de la guarda de otros pacientes. Se descarto de inmediato la malaria por la inmediatez de la indisponibilidad aunque mi amigo congolés me daría la receta perfecta para evitar la picadura de la señora Anopheles: escuchar Jazz a un volumen considerable. No especificó artista alguno, aunque debo imaginar que de gustos también no hay nada escrito para los mosquitos.

Cuatro y veinte de la tarde. Estrechamos la mano del doctor y nos dirigimos bajo la lluvia a la farmacia “Los Angeles” para adquirir aquel preciado medicamento que calmase el picante estomacal. Los precios seguían estando a la altura de un sueldo medio europeo y las personas del lugar esperaban con la mirada perdida la llegada de su turno.

Presente con vergüenza a Zlatan Ibraimovic junto a la receta del doctor y me aleje llevando conmigo una tormenta de pensamientos respecto a la nueva Dubai llamada Guinea Ecuatorial y al estado de su política de sanidad pública.





* Fueron exactamente tres días los que tarde en darme cuenta que en realidad el Dr. Pipa poseía su nombre gracias a la costumbre de fumar pipa al atender a sus pacientes. Su sello todavía hoy dice claramente: Dr. Pipa.





Farmacia








El milagro permanente


La azafata explicaba la utilización del salvavidas en caso de emergencia dentro de nuestro Fokker 28-400 de la compañía General Work Aviación cuando el piloto comenzó el carreteo para el despegue. La azafata no tuvo más remedio que sentarse en el primer asiento disponible con el salvavidas aún colocado mientras el resto del pasaje se reía de la situación. Yo también reía, es verdad, pero estoy seguro que se trataba nada más de un reflejo nervioso fruto de la precariedad y el anarquismo de aquel vuelo que recién comenzaba.

General Work de aviación tiene el honor de encontrarse en la lista negra de aerolíneas de la Comunidad Europea desde el 5 de marzo del 2007 y su historia dicen las malas lenguas es una de las tantas historias extraordinarias que circulan por el continente y en especial sobre la Guinea Ecuatorial de los petrodólares.

Al parecer, su dueño es un personaje de origen italiano de nombre Igor. Un hombre que hace medio siglo llego al mundo y que hoy lo definen como de rasgos fuertes, estatura mediana, pelo canoso y acento extraño. Había arribado a Guinea a principios de los años noventa enviado por la empresa en la cual trabajaba. Muchos lo recuerdan recién llegado, en las afueras del aeropuerto de Malabo con su colorida maleta y secándose el sudor de la frente con aquel pañuelo de seda que hoy sigue utilizando con el mismo objetivo. Don Igor es actualmente uno de los hombres más poderosos de Guinea Ecuatorial gracias a la amistad que fue cosechando con la familia presidencial y claro esta, su talento para los negocios. Su empresa que, originalmente se desarrolla en el ámbito de la construcción posee varios de los proyectos más importantes para el virtual desarrollo del país, mientras que su aerolínea sobrevuela el cielo tropical.

Por mi parte, había decidido disfrutar del vuelo con algo de ópera en mis oídos y una lectura que nada tuviera que ver con catástrofes aéreas. Juro que nunca tuve un vuelo más sereno en mi vida, aunque debo aclarar que se trataban solo de treinta y cinco minutos. El piloto sorteaba la blancura de las nubes con la libertad que solo puede haber en cielo africano.

Mis pensamientos flotaron nuevamente y resurgí de las apacibles aguas del océano Atlántico. Estaba en Bata, allí por el barrio de Asonga a escasos kilómetros del aeropuerto. Mire al cielo y observe el despegue de un ATR-42-320 de la compañía CEIBA, otro huésped honorario de la “Black List” de aviación civil europea desde el 11 de abril del 2008. Mi compañero de aventuras se acerco nadando y acompañando el esfuerzo de las hélices me dijo convencido: “el milagro permanente”.





Amigos



Golfo de Guinea



Juego



Asonga



Amigos II



La Playa



Reflejos



Sal



La escollera



Orillas



Amigos III






El himno del inventor de sueños *


Invento sueños para habitar el tiempo
Los sueños son el verde de las hojas futuras
Sin los sueños uno sostiene el firmamento con disfraces:
Mil caricias no valen una mente seca

Invento sueños para acariciar el rostro del mar
Los sueños son las venas de los días
Sin los sueños la vida es un escupitajo de fuego y humo:
No todo árbo es grato para atar nuestros segundos

* César Mba Abogo “ El Porteador de Marlow”


















Los africanos no viajan, se mudan.



Eso me decía mi amigo Gilbert mientras observábamos como los buses locales se abarrotaban de gente que acumulaban bolsos, canastas y animales en donde podían. Caminábamos por el nuevo paseo marítimo de Bata, un espacio que genera una nueva actividad en la ciudad: el paseo.

Mi amigo se sorprendía a cada paso. El sol caía y la gente comenzaba un desfile tímido y cauteloso sobre aquel camino que aún resulta extraño.

- Los africanos no paseamos - me dijo un taxista mientras recitaba partes de la canción que sonaba en la radio.

- Cuando caminamos tenemos un objetivo claro. ¡Vamos hacia algún lado! Pasear es algo europeo, ¡igual que las pastas!

Comencé a digerir esa idea mientras surgían en mi cabeza las imágenes de eterna espera y del caminar errante de hombres, mujeres y niños en el paisaje africano. Mientras tanto, el sol se escondía en nubes lejanas y daba paso a los extrovertidos que llegaban simplemente para pasear.




Deambular



Errar



Pasear



Andar




Esperar







Violonchelista*.


1. com. Músico que toca el violonchelo.

(*Diccionario de la Real Academia Española)