_ ¡Aquí somos todos del Madrid!
Me decía una voz amigable mientras observaba conmigo la pizarra en la afueras del viejo estadio de Malabo. Era una tarde de temporada de lluvias y acababa de almorzar. Me dirigía al Mercado Central cuando me tope con un grupo de jóvenes que esperaban poder acceder al estadio. La pizarra anunciaba en tiza blanca el horario del partido y a uno de los equipos en juego: el Atlético Malabo. A su contrincante, literalmente se lo había llevado la lluvia y en la pizarra apenas se resistían algunas de las letras que no alcance a descifrar.
Toda la atención deportiva del país estaba centrada en la selección nacional que crece al ritmo del petróleo. En los últimos meses el conjunto Guineano no solo ha ganado su primer partido oficial, sino que también ha alcanzado el puesto 87º, el más alto en la historia de la vieja colonia española. Una excusa más que suficiente para estrenar nuevo estadio y preparar la visita de los grandes equipos del fútbol mundial.
Pero la liga es la liga y allí estábamos todos aguardando por las últimas novedades. Por ahí una voz ronca se alzo para decir que la entrada era gratuita, pero un petizo de gorra roja en seguida calmo los ánimos.
_ Todavía no llegaron los equipos…
Mi corta experiencia en la liga Guineana no presto atención a ese detalle y con la sonrisa de un niño al que le tienen preparado una sorpresa, fui en busca de la puerta de entrada del viejo estadio. Espere varios minutos, quizás más de una hora bajo la lluvia, de espaldas a la avenida Patrice Lumumba y con la mirada perdida en el charco del arco de enfrente.
Luego vino un muchacho vestido de jugador, posiblemente del Atlético Malabo. Se me acerco respetuoso, como si me tratase del arbitro del cotejo y agachando la cabeza me dijo que el partido se había suspendido. El equipo visitante había avisado que no llegaría.
Futbolín
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