M
eknes


No falto el taxista picaresco, aquel que te pasea al mismo tiempo que te tranquiliza y te lleva al lugar más lejano para conseguir la tarifa más alta. Lo cierto es que la discusión duró poco, lo suficiente para que mi garganta aflore un “deténgase” en mi refinado dialecto francés.


El taxi se alejo para continuar la caza de turistas. Nosotros nos encontrábamos de pie, frente a la medina de Meknes, intentando escaparle a la noche precoz que inunda sus calles.Anduvimos jugamos al minotauro durante varios minutos hasta encontrar la plaza principal.

Era un domingo cualquiera, el sol caía y la plaza se disfrazaba de feria, rodeada de colores y hombres que encandilaban con sus pócimas y pruebas de fuego.Miramos embelezados el paisaje. Habíamos escapado del bosque de piedra de la medina para descender en el tiempo.













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