En su honor se invirtieron tres largos años construyendo el templo más grande del mundo. Los trabajos se desarrollaron sobre una superficie de 30 mil metros cuadrados alcanzando la módica suma de 300 millones de dólares. Las malas lenguas dicen que ese dinero provenía del fondo nacional del estado pero Félix argumentó hasta su muerte que cada centavo provenía de su propia fortuna.
Lo cierto es que esas banalidades no entorpecieron la visión del llamado “Padre de la Nación” y si hoy en día transitan por la apacible avenida principal de Yamoussoukro podrán ver a lo lejos, allá donde se esconde el sol, una cúpula de dimensiones épicas emergiendo del fondo de la tierra.