Che-Gues




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Podría escribir muchos apuntes sobre mi primera visita a la República Democrática del Congo. Tal vez, comenzar por la llegada a Kinshasa, a Kin como la llaman aquellos que conocen cada rincón. Podría explicar el lenguaje de manos para tomar un taxi o una tarde en algun bar de Kitambo dónde la música parece pedir permiso en cada esquina.

También tendría tiempo de relatar el viaje a Kisantu, la experiencia de un rodaje documental sobre niños que duermen en la calle o ir un poco más lejos e intentar compartir ideas sobre la RDC, una República que defino como una gran paradoja. Pero entonces debería obviar el tema de sus riquezas naturales e ir a algo más práctico como el uso obligatorio del cinturón de seguridad para todos los vehículos (sin excepción), pero el extraño desinterés de la ley hacia aquellos miles que viajan en los techos. Pero no continuaré, en realidad siempre intenté reflejar el estado de ánimo de los lugares que visito a través de mi cámara y la verdad es que mi vieja pero fiel amiga había hecho un trabajo excelente hasta que por arte del destino, aquellos niños que nos habían prestado sus vidas para el documental debieron tener una exactitud inocente y sin intención pero no por eso menos efectiva, para tocar azarozamente todos los botones y borrar cada una de las sonrisas que guardaba con alegría.

Los dioses del Bas-Congo me regalaron demasiado y debí comprender que eso tenía un precio. Por eso el disgusto no lo es tanto. El documental aparecerá en los próximos días a modo de adelanto en este mismo canal y aquellas imágenes que debían estar quietas vivirán por unos instantes.

El título de esta entrada simplemente presenta el tema del documental que realizamos. Che-gues: así se denomina a los chicos de la calle en la RDC. Algunos dicen que el término proviene del Che-Guevara y los niños son dibujados como guerreros violentos, endiablados y malintencionados. Un poco de imaginación y la cultura religiosa de miles de iglesias de Dioses baratos y occidentales alimentan el mito. Chagui, John, Mambueni, Blanchard y Chance, los chicos que yo conocí, simplemente vagabundeaban las calles intentando recuperar la infancia perdida. Durmiendo en el mercado y atravesando descalzos el pueblo para ir al colegio, viviendo una vida de niños con problemas de adultos. Con 300 FC comemos los cinco - me dijo Blanchard (menos de 0,50 €).





*Ésta es la única sobreviviente del suicidio masivo de mis fotos. La tomé con mi móvil algún día en que el calor sofocaba y el mosquitero ya estaba listo para impedir la entrada de huespedes no deseados. Ahora intento recordar el momento preciso en que decidí tomar esa foto con mi móvil y recuperar ese pensamiento desinteresado de estar tomando simplemente una foto más, la única foto que tendré de este viaje.